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EL NACIMIENTO

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                                 EL NACIMIENTO
 La noche se encontraba cargada de presagios. En el interior de aquella morada, se sucedía un silencio expectante. Por lo menos una veintena de figuras permanecían acuclilladas frente a la puerta defendida por 2 guerreros. Eran un varón y una fémina, ambos enfundados en decoradas armaduras de estilo exótico, y quienes escrutaban con la mirada a todos los presentes, como si esperaran que alguno de ellos fuese un enemigo disfrazado. De pronto se escuchó un desgarrador gemido, seguido por un llanto. Los veinte expectantes giraron sus rostros al unísono y los dos custodios se movieron nerviosos en su sitio. De súbito, la puerta de la entrada se abrió sin que manos mortales la tocaran, y tres siniestras figuras hicieron su aparición. Silenciosas, ignoraron a los presentes y avanzaron hasta enfrentar a los guardianes quienes, tras un momento  de tensión, les franquearon el acceso. El líder de la triada ingresó, cerrando la puerta tras de sí, y contempló la escena. Al verlo, y reconocer su severo rostro en medio de la oscuridad del recinto, dos ancianas corrieron a postrarse ante sus pies, temerosas no sólo por sus vidas sino por sus propias almas, mientras que una tercera figura se reclinaba desde su lecho, sosteniendo un bulto entre sus brazos.
-       ¿Y bien?- inquirió el recién llegado con voz cavernosa.
-       ¡Está hecho!- exclamó ella; una mujer de noble aspecto y hermosura salvaje, quien presentó orgullosamente el fardo para que el hombre pudiera observar su contenido.
Hemefe’Gese, brujo supremo del Conclave Obsidiana, amo y señor de las tierras Mas Allá de los Bosques Espectrales, se adelantó dando dos soberbios pasos; y sin que su rostro adusto revelase emoción alguna, estiró la mano enguantada en seda negra y brillante como el ónix, retiró desdeñoso los envoltorios, y estudió con detenimiento aquello que le presentaban.  O’Ran, princesa y nimimegami del clan Kitsune, aprovechó la oportunidad para observar el gesto del hechicero, tratando infructuosamente de leer algún pensamiento. Su ojo experto y cuidadosamente entrenado alcanzó a percibir la duda y la excitación de aquel humano, mezclada con bastante confusión, y por un momento temió que actuaría de forma violenta. A pesar de la alianza entre el conclave y su clan, ella confiaba en aquellos hechiceros tanto como sabía que ellos confiaban en ella, así que debía calcular cuidadosamente cada uno de sus movimientos si quería impedir a toda costa que una guerra, aún latente, se desatara. Pero finalmente el brujo, satisfecho con lo que había podido observar, tomó de sus manos el envoltorio con una gentileza que ella no hubiera creído posible en un hombre tan terrorífico, y levantándolo sobre su cabeza se volvió hacia sus acompañantes y comenzó a reír con un sonido gutural.
-       ¡Está hecho!- anunció.
 Sus seguidores se miraron entre sí intercambiando gestos de aprobación, y luego le dirigieron una caravana para expresarle sus parabienes. A continuación,  el hechicero devolvió el envoltorio a los brazos de O´ran y con una ligera reverencia, se retiró.
-       Mi señora…- murmuró en espera de instrucciones una de las ancianas que se aproximó apenas el hechicero y su séquito se habían retirado.
-       Ya lo escucharon.- respondió la princesa.- ¡Que se corra la voz entre nuestro clan, la profecía se ha cumplido y Hemefe’Gese está satisfecho!-
 Las dos comadronas cayeron sobre su frente para ofrecer una reverencia adecuada al rango de su princesa, y luego abandonaron la habitación. Al quedarse sola,  O’Ran pudo finalmente dedicar su atención al fruto de su esfuerzo y sonrió complacida. Con ternura aproximó a su recién nacido hasta su pecho y descubrió su seno para que pudiera probar su primer alimento. La pequeña criatura oprimió su hocico zorruno y comenzó a mamar leche, mientras delicadamente su madre acariciaba una de sus alas.
- Darian Simá.-musitó la princesa amorosamente al recién nacido.- Ese será tu nombre.-
                                        FIN
Toda leyenda tiene un origen. Toda historia, un inicio. Aún los monstruos.
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